Al término del Concilio Ecuménico, La Pira le escribe a Pablo VI una carta en la que hace una relectura de las grandes líneas de una década de historia de la Iglesia a la luz de la hipótesis de un recorrido de unificación progresiva de la Iglesia y de las naciones.
[…] Unidad de la Iglesia y paz en el mundo: estos son la primavera y el verano de la historia de la Iglesia y del mundo; esto es lo que Pío XII (bajo la luz de Fátima) vio y dijo; esto es lo que Juan XXIII, el mismo día de su elección, vio y dijo […]; esto es lo que Juan XXIII pretendió hacer (instinctu Spiritus Santi) convocando el concilio […].
Esto […] es lo que ha hecho y hace Pablo VI: desde su elección hasta la continuación del concilio; de la encíclica del diálogo (Ecclesiam suam) a sus viajes a Palestina, Bombay y Nueva York (ONU) […].
Con este enfoque, La Pira vuelve a proponer toda la acción realizada por él mismo durante los años anteriores:
[…] Iglesias separadas de Oriente (Constantinopla, Moscú, Alejandría, Jerusalén, etc.) y de Occidente (Londres, Ginebra, etc.); Israel, Islam; movimiento de «convergencia»; de «unidad»: ¡he aquí el motivo que ha impulsado toda la acción florentina en el periodo que va desde 1957 hasta 1965!
Y concluye con una atrevida propuesta:
[…] Y llegados a este punto vuelve a surgir una pregunta, una inevitable pregunta: ¿por qué Florencia no podría hacer por Pequín lo que ya ha hecho por Moscú? […] ¿Las cosas experimentadas en el pasado no pueden ser una lección fecunda para las cosas por experimentar en el futuro?