Cuando regresa a Florencia después de la Liberación, en 1944, La Pira es uno de los exponentes más preparados del movimiento católico italiano. El 2 de junio de 1946 es elegido para formar parte de la Asamblea Constituyente.
Dentro de la misma, La Pira formó parte de la primera subcomisión, la que escribió los «Principios fundamentales». Fue uno de los artífices del diálogo entre los exponentes católicos (Giuseppe Dossetti, Giuseppe Lazzati, Amintore Fanfani y Aldo Moro, entre otros) y los representantes de otras corrientes ideológicas (los socialistas Lelio Basso y Piero Calamandrei o el comunista Palmiro Togliatti).
Muchos de los artículos de la Constitución italiana llevan su firma, como los que tratan sobre la dignidad de la personas (artículos 1 y 2), sobre la relación entre el Estado y la Iglesia (artículo 7) o aquel en el que se dice que Italia repudia la guerra (artículo 11).
En el Parlamento, junto con Fanfani, Dossetti y Lazzati, compone el grupo de los «profesorcillos», los cuales, debido a su intransigencia a la hora de plantear las cuestiones sociales y la lucha contra el paro como prioridad absoluta, se oponen a menudo a la cúpula del Gobierno y de DC.
Como subsecretario durante el quinto gobierno de De Gasperi, La Pira tuvo que jugar a menudo un difícil papel de mediador en las ásperas batallas entre los sindicatos aguerridos, los industriales no dispuestos a ceder y los ministros que se ocupaban de los presupuestos y de las finanzas, poco proclives a la negociación.
Siguiendo el ejemplo de los economistas Keynes y Beveridge, La Pira señala como objetivo fundamental de la acción política el «pleno empleo»: dar trabajo a todos no es un espejismo, sino un objetivo posible. La política tenía que responder, decía La Pira, a lo que espera la pobre gente: precisamente de aquí viene el título de un famoso artículo suyo que suscitaría un profundo debate.