Para el joven La Pira su tía Settimia, la mujer de su tío Luigi, es como una madre.
Precisamente en una carta que le envía desde Florencia en 1931 La Pira escribe de la más clara de las maneras sobre su «proyecto» de vida con tres frases que lo expresan en su integridad:
[…] quisiera que el fuego que arde en mi alma ardiera en las demás, a fin de que el Cielo y el júbilo moraran finalmente en las almas.
[…] Mi estado actual se expresa con una única palabra: soy un libre apóstol del Señor feliz de amar y de proclamar su inefable belleza y misericordia.
[…] No cabe duda de que el Señor ha puesto en mi alma el deseo de la gracia sacerdotal; mas es Su voluntad que siga llevando mi hábito laico para trabajar con mayor fecundidad en el mundo laico lejos de Él. Con todo, la finalidad de mi vida está claramente marcada: ser en el mundo el misionario del Señor; y esta labor de apostolado he de llevarla a cabo en las condiciones y en el ambiente en que el Señor me ha situado.
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